A mi amigo Pablo, por Alfonso Soto Cáceres

El que no te conocía por las cofradías, era por el deporte y los poquitos que faltaban, por ser el hijo de Tomás. Pero yo tenía la suerte de conocerte por ser tu amigo. Nos has dejado con el alma completamente rota, con un vacío que nunca se podrá llenar y un grupo de amigos que jamás será el mismo. En mi serie favorita dicen que: “cualquier cosa que hagas en la vida, no será legendaria si no están ahí tus amigos para verlo”; y a mí se me ha ido uno muy pronto al cielo.

Guardaré en mí ese abrazo inconsolable a tu madre, al igual que haré mías las palabras de tu padre para honrar el nombre de Pablo todos los días. A ti se te quedaba tan pequeño este mundo que el Dios de la Vida te llamó al cielo para que fueses capataz de su reino y recorrieses las marismas eternas.

Luis León decía que, cuando él subiera al cielo, si lo primero que veía no era la cara de la Macarena, se bajaba ese mismo día. Y yo estoy seguro que tú lo primero que has visto han sido los ojos de la Esperanza, esa de la que tú tanto presumías.

Gracias, gracias y mil veces gracias, Pablo. Menuda suerte la mía de que nunca te separaste de mí desde el día en el que nos conocimos. Cuídanos desde arriba, a tus padres, familiares y a tu niña Mercedes. Te lo pido por favor.

Y ahora, como si de un partido del Xerez se tratase, a esos donde tú siempre llegabas el primero, espéranos allí arriba, que ya la Sherry Army está llegando.

Te quiero, amigo.

Alfonso Soto Cáceres